Bienvenidos al Armario

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Por La Cebra del Armario (pseudónimo)

Desde muy pequeña me sentí diferente pero sin saber que realmente lo era.

Crecí envuelta en un mar de dudas y miedos, mirándome en el espejo de los demás sin verme nunca reflejada.

Dolor, miedo, ansiedad e incertidumbre, han sido mis compañeros de viaje a lo largo de prácticamente toda mi vida, incluyendo este preciso momento en el que escribo.

A pesar de tener intereses diferentes a la mayoría de mis allegados, siempre anhelé integrarme socialmente, por lo que consideré una buena opción sacrificar mis deseos, mis gustos y mis aficiones, para camuflarme entre los demás, fingiendo que me gustaban cosas que realmente no siempre fueron de mi agrado.

La adolescencia no fue precisamente un camino de rosas. Una crisis interior, me hizo abandonar los estudios tras un rotundo fracaso escolar, lo que marcaría el resto de mi trayectoria profesional haciéndome sentir una fracasada. Con el paso de los años, retomaría los estudios, aunque el poso del fracaso me seguiría persiguiendo debido al tiempo desperdiciado.

Mi vida ha sido una sucesión de crisis existenciales, en cada una de las cuales me he cuestionado mi salud mental. Mis preguntas incesantes hacia todo, la búsqueda de mi verdad, de comprender el mundo, a los demás y mi intensidad extenuante para percibir todo,  me produjeron siempre tanto dolor que llegaba a pensar que no lo podría soportar.

Mientras veía que al resto de personas esto no le ocurría, la única explicación que hallaba era que vivía inmersa en la locura.

Con el paso de los años y ya en la etapa adulta, un giro de la vida, disparó todas las alarmas de mi cuerpo e hizo que mi mente se hiperactivase aún más de lo que perpetuamente había estado. Siempre me supe una persona lo suficientemente fuerte como para aguantar un gran peso a mis espaldas, pero lo suficientemente frágil como para que un golpe me destrozase, como ocurriría con una mesa de cristal.

Comencé a no poder dormir por no saber parar de pensar, los pensamientos se sucedían en mi cabeza a todas horas, notaba como si mi cabeza empezase a hervir, pero me tomaba la temperatura y no tenía fiebre. 

Comencé a hablar cada vez más rápido y a desarrollar una especie de dislexia selectiva, a escribir mal a mano, me temblaba el pulso a todas horas, mezclaba mayúsculas con minúsculas, me costaba trabajo organizar mis pensamientos (todos eran importantes a la vez que no lo eran). Empecé a recopilar todas mis divagaciones en libretas, a escribir en pizarras y cuando éstas se me acababan pasé a dibujar en los cristales de las ventanas.

Empecé a enfermar por no poder desconectar la cabeza. ¿Qué me estaba pasando?

Reboté de un especialista a otro sin encontrar un porqué válido a mi estado. Cada vez ganaba más peso la respuesta de la locura; es más, dejó de darme miedo ese posible diagnóstico, ya que sólo quería estar bien. Comencé a aislarme socialmente. Llegué a plantearme soluciones tan extremas que me duele escribir e incluso recordar.

Cuando ya casi había tirado la toalla, la vida, el karma, la casualidad, no sé muy bien lo que fue, cruzó a un especialista en mi camino que me mostró una senda que nunca jamás me habría imaginado.

– No te preocupes, no estás loca, la respuesta a todas tus incógnitas está en un simple hecho, tú no eres como la mayoría de las personas, eres diferente y como todo aquello diferente, funcionas de una manera que no es la normal, es decir, la marcada por “la norma”. Eres superdotada, y dentro de la superdotación, todo esto que te ocurre es normal, solo debes aprender a conocerte y a funcionar según tus necesidades, no las de los demás.

Yo no entendía nada, ¿cómo yo, esa persona tan fracasada podía ser superdotada? ¡Cielo santo! ¡Era imposible! Pero si no veía fórmulas en mi cabeza, no entendía los astros, ¡no tocaba el piano! Con el tiempo comprendería que esta concepción que tenía sobre la superdotación, no era otra cosa que el fruto de un desconocimiento social, mitos y erradas creencias estereotipadas en torno a este concepto.

A partir de ese momento comencé a dedicar gran parte de mi tiempo a conocer todo lo que rodea a éste colectivo: patrones de conducta, a estudiar la inteligencia y todo lo que deriva de ella. A partir de este momento comencé a conocerme.

Y aquí es donde se inicia esta historia, el origen de un proceso absolutamente diferente a todos los que había vivido hasta entonces, en el cual empezaría a encontrar respuestas, soluciones, alivio y, en definitiva, un poco de paz.

A pesar de todo, aún no me atrevo a confesar de manera pública lo que soy (qué curioso, “confesar”, como si fuese un criminal, como si hubiera hecho algo de lo que me tuviera que arrepentir, como si tuviera que pedir perdón por el simple hecho de ser como soy). Pero ésta es la triste realidad con la que nos encontramos los que somos “así”: primero estamos sometidos a nuestro propio juicio y después somos juzgados por el resto de la sociedad.

Ojalá mis artículos sirvan para avanzar aunque sea un pasito en esta área. Ojalá sirvan para que los demás comprendan un poco mejor cómo somos. Ojalá ayude a que otros en la misma situación se identifiquen y puedan comprenderse igual que lo hice yo. Ojalá algún día dejemos de sentirnos solos.  Ojalá llegue el día en el que podamos decir libremente lo que somos sin miedo a sentirnos juzgados.

    “Ojalá llegue un día en el que no necesitemos decir ojalá”.

A través de mis artículos intentaré mostrar esa parte de la inteligencia de la que menos se habla, y especialmente en adultos. Esa parte que no es el C.I. ni habla del desarrollo del talento como si fuésemos máquinas de producir. 

Esa parte que no alude directamente al rendimiento pero si le vincula…”El Alma”.

Y es que siempre digo que más importante que “El Talento que se pierde”, es “El Alma que se pierde”.

Mi nombre es Cebra y vengo a enseñaros el interior de mi armario, un lugar lleno de contrastes de luz y oscuridad.

La Cebra del Armario es un(a) escritor(a) anónima que se ha dedicado al Desarrollo de Trabajos creativos, formación e investigación de las AACC.