Escrito por Esperanza Marquès
Imaginemos por un momento que el sistema educativo decide que todos los niños nacidos en el 2007 tienen que calzar un 34.
¿Qué pasaría con un niño con el pie más grande o que el zapato le apriete? Pues imagínense: dolor de pies, incomodidad, torpeza al caminar,… ¿Cuáles serían las consecuencias de todo ello? El niño (dejaría de moverse,) no querría hacer ejercicio, no jugaría a correr en el patio o no realizaría ninguna actividad que le requiriera esfuerzo con sus pies. Esto le restaría oportunidades de relacionarse con otros compañeros pero también le causaría dificultad para concentrarse en su trabajo. ¿Cómo se sentiría si ni siquiera sabe que su problema se debe a que tiene el pie más grande que sus compañeros? Se sentirá raro, diferente, incapaz, torpe, tendrá baja autoestima y tenderá a la apatía e incluso al rechazo de la escuela donde tiene que calzar ése zapato.
Sus profesores, que “no ven” el problema dirán que es vago, que no presta atención en clase, que no rinde lo que debiera, que no quiere jugar con y como los demás, que tiene que amoldarse a los zapatos, que tiene que trabajar las habilidades sociales… Su madre que lo viste cada día para ir al colegio y cada día lo ve más irritado y triste puede que notara que cada vez le cuesta más meter su pie en el calzado y se empezará a hacer preguntas ¿Será este zapato el que realmente tiene que llevar mi hijo? Unas familias decidirán, fuera del colegio, hacer un agujero en el zapato que saque un poquito los pies, esto le podrá aliviar, ¿pero cuantas horas se tendrá que pasar en el colegio con ese zapato pequeño? Porque luego le dirán al niño, ahora vuelve a calzarte los zapatos del colegio, pasa por el aro y sé bueno. También hay familias que deciden ponerles sandalias sin límites de tamaño, eso sí, sacándolos del sistema educativo (aunque con mucho miedo a que les acusen de no atender adecuadamente a sus hijos cuando lo que hacen es defenderles). Otros padres irán al colegio y preguntarán si es posible que su hijo necesite un número más grande. Las respuestas pueden ser muchas, ejemplos los tenemos cada día: nosotros no hacemos distinciones para que todos los niños sean iguales; no queremos que se sientan señalados; no nos gustan las etiquetas; otra línea puede de respuestas puede ser: hay otros niños que también parece que sus zapatos son pequeños y no por eso les cambiamos el número de zapato o tengo uno que si está claro que lo necesita; otros se atreverán a decir que el número de zapato es el que toca por su edad y que hay otros niños con el pie más pequeño y tienen que dedicar su esfuerzo a rellenar sus puntas con algodón o buscar otras alternativas para que puedan calzar el 34, aduciendo que es más importante porque si no lo hacen se les salen y andan descalzos, pueden resfriarse, clavarse algo o hasta perder los zapatos. No pueden quitar recursos a estos niños. O tal vez los argumentos serían del tipo: si le ponemos un número mayor afectará a sus emociones o no estará preparado para la vida real.
Y mientras tanto, los niños sufriendo, las familias que ven el deterioro de sus hijos, y el calvario que a veces supone conseguir que le permitan calzar un zapato más grande y que puede durar años, ¿se imaginan la deformación que puede causar en los pies?
Pero aparece una ley que dice, “cada niño tiene derecho a llevar el zapato que le deje mejor desarrollar el tamaño de su pie”
!Wuau! Eso es estupendo
¿Pero qué pasa? El profesor dice “yo no lo veo” para que esto pase se crean protocolos de medición de pies. ¿Estupendo verdad? Pero hay centros que dicen que ellos no tienen tiempo de aplicarlo, y que sus niños con pies ajustados están bien en la escuela porque no se quejan y hacen deporte y aprueban si se esfuerzan “de verdad” (¡Menudo sacrificio!)
Luego vienen las normativas, que regulan cómo hacer el cambio de zapato en el caso de que el colegio detecte que el niño tiene el pie mucho más grande, pues dice que solo pueden poner un número más grande en toda la etapa escolar, si el 75% de su profesorado está de acuerdo !Cómooo!, ¿Esos mismos que no lo ven, esos mismos que piensan que si no se queja está todo bien, los mismos que no quieren medir su pie? ¿Y porqué sólo un número y no dos o tres los que su pie necesite?
Y yo pregunto ¿Porqué no dejar que cada uno calce el número de zapato que tiene?, ¿Porqué ese miedo a cambiar de número tantas veces como haga falta? ¿No camina cada uno de nosotros con el calzado más adecuado?¿No podrán desarrollar mejor sus movimientos y estarán más a gusto tanto los que tienen el pie pequeño como grande?
Si cambiamos zapatos por educación o curso escolar, nos daremos cuenta de la similitud con los niños de Altas Capacidades. También sienten daño cuando no están recibiendo el tipo de educación que necesitan, se sienten oprimidos, les duelen hasta sus pensamientos.
Con esta metáfora deseo que por un momento todos os podáis meter en los zapatos de un niño de Altas Capacidades.
Esperanza Marquès
Presidenta de la Asociación ACTEF (Associación de Altas Capacidades de Ibiza y Formentera)