por: Carolina Fernández Menéndez, Académica en AACC de España.
Quizás es inherente al ser humano: enfocar y ensalzar lo que identificamos como positivo y disimular u omitir lo que catalogamos como negativo. Es algo que ocurre continuamente, en muchos ámbitos: desde la forma en que transmitimos historias, a la ropa y “arreglos” que utilizamos (peinado, barba, maquillaje…), pasando por enfatizar nuestras virtudes ocultando nuestros defectos ante una potencial pareja o haciendo un selfie. Nos afecta a tod@s. Y es que vengo observando que desde hace un tiempo nos impregna una cultura de positivismo ciego y perspectivas muy atomizadas, desde mi punto de vista bienintencionadas pero mal entendidas, que afecta entre otras cosas a la idealización de personas.
Me explico: por supuesto que tiene sentido centrar la atención en las cosas agradables y útiles, y no fustigarse con los “fracasos” o enfocarse en los problemas en lugar de en las soluciones. Es evidente. Lo que ocurre es que la realidad no es tan simple, ni por asomo. El desarrollo, la salud y en definitiva la vida de una persona la conforman una serie de complejas interrelaciones: posiblemente mucha gente no sea consciente de que entrenar específicamente el bíceps en una máquina no es lo que más te va a ayudar a cargar pesos con facilidad, porque la realidad no tiene raíles y si no desarrollamos nuestros músculos estabilizadores y todos los que intervienen en el movimiento, los bíceps lucirán bonitos, pero poco más.
Algo similar ocurre con esos mensajes que no dejan de quedarse en un buenismo superficial, con soluciones rápidas pero no de raíz, esos “sé tu mejor versión” entendido no desde el autoconocimiento y motivación intrínseca sino desde una sutil imposición externa porque sino “eres tóxic@”. La idea es mostrar solo lo bueno (no deja de ser un juicio de valor), incluso hay quien va más allá y pretende que todo sea bueno siempre (a veces sorprende el grado de negación de la realidad, emociones y personalidades). Respecto a comportamientos sí son necesarias unas actitudes básicas de convivencia, pero no esa uniformización constante a la que tod@s nos vemos sometid@s, y las personas superdotadas o con AACC lo notamos más al salirnos más de la norma. Y es que todo tiene su razón de ser y debe por tanto tener su espacio dentro del respeto.
También me gustaría reflexionar sobre el concepto de éxito. Habitualmente se identifica con “hitos” o logros que, probablemente por cuestiones culturales, la sociedad valora. Normalmente profesionales, intelectuales o deportivos. Los sociales, personales, familiares… ejem. Rara vez se valora o destaca a una persona que trabaja con niñ@s marginad@s (más de 100 años después, llamamos revolucionario al método Montessori), o a quien mediante escucha activa y empatía ayuda a otr@ a superar momentos difíciles y quién sabe si eso l@ aleja de las garras del suicidio (si lo que hace no es público no se reconoce ni presupone valía, aunque la tenga), ni a alguien que comete la aparente locura de dejar la medicina para estudiar invertebrados marinos (años después escribió “el origen de las especies”). Quizás este extraño 2020, donde somos héroes por lavarnos las manos, sea un buen momento para replantearnos estos conceptos. Éxito. Valía. Comprensión.
Aterricé en el mundo de la superdotación de forma tardía y un poco por accidente, y mi primera reacción fue rechazo. También duda, porque lo cuestiono todo (incluso a la profesional que me supo ver; la primera, todo sea dicho, espero que eso también vaya cambiando), pero mi veredicto fue: creo que sin darte cuenta ves lo que quieres ver pero te equivocas conmigo, me dan igual los números, eso puede ser suerte; no soy superdotada porque “yo no soy Einstein”. Y es que para mí era poco menos que un dios, su trabajo, las citas que se le atribuyen, ese halo de inteligencia y perfección… Lo mismo me ocurrió con otras “personas destacadas”, incluso compartiendo algunas características siempre faltaba “el gran logro” (como si eso tuviera relación con mi forma de sentir y pensar) o simplemente son personas deshumanizadas en un pedestal a las que ni siquiera logras imaginarte diciendo “perdona, dame un momento que necesito ir al baño”. Mitos, en vez de personas.
No. Yo soy “rara” respecto a mi entorno, aprendo con facilidad, pero también vivo en las nubes y soy despistada, tengo un sentido del humor un tanto peculiar y aunque puedo mantener “conversaciones inteligentes” desde luego no es algo 24/7. Soy profundamente humana: no, no me parezco a Einstein ni similares. Y claro, luego lees, vas a conferencias, hablas con gente que tiene más conocimientos sobre el tema, te observas introspectivamente y… entiendes cosas. Sobre todo a ti, a tu “yo de verdad”, no a ese “falso self” con el que hace tiempo te habías mimetizado para desenvolverte en sociedad y vivir (como seres sociales necesitamos de semejantes para ello). Tardé un tiempo en comprenderlo, en entender que hay múltiples perfiles (cada superdotad@ es un mundo), y en aceptar que sí, lo soy. Y no pasa nada, no es mejor ni peor que no serlo, solo es diferente. Pero es importante saberlo y entenderlo bien.
La cuestión es que muchas veces a lo largo del desarrollo vital, con énfasis en infancia y adolescencia, necesitamos referentes. Especialmente si siempre te has sentido rar@ y desubicad@ incluso en casa, ver otras personas con las que puedas identificarte de alguna forma te ayuda a auto-validarte: tod@s somos diferentes y está bien, pero la necesidad de reconocimiento y pertenencia también es muy humana; de sentir que “alguien así” tiene cabida en este mundo sin inhibirse, ni mutilarse, ni agredir. Porque muchas veces lo que recibes de tu entorno cuando te muestras como eres y difieres tanto, es una especie de sutil rechazo, ostracismo, hostilidad, agresividad. Silencio. Desprecio. Invisibilidad.
No deja de recordarme a lo que se hace con algunos colectivos vulnerados y apartados de la vida y espacios sociales (en muchos sitios aún mujeres, personas LGTBQIA+, ciertas razas y etnias, introvertid@s…), solo por existir, así como las consecuencias en salud mental e incluso suicidios. Esto es motivo de profunda reflexión.
Siempre que comencé algo desde cero decían “mejor, así no tienes vicios que corregir, cuesta mucho desaprenderlos”. Ahora que estamos comenzando a valorar y visibilizar también a referentes femeninos y de diversos colectivos, parece un momento idóneo para hacerlo de forma íntegra, reforzando la humanidad de estas personas completas. También para valorar más a nuestros referentes más “privados”.
En vez de una sociedad inclusiva siento que deberíamos trabajar en una sociedad no excluyente, y eso se consigue, entre otros, dando cabida y visibilidad a toda su diversidad: tal vez así descubramos que tod@s y cada un@ “somos suficiente”, con o sin altas capacidades, con o sin “grandes éxitos”, y que tenemos mucho más en común de lo que solemos pensar.
Quizás sea beneficioso enfocarnos un poquito más en mostrar y ver las cosas como son, no como nos gustaría que fueran o como creemos que deberían ser. La globalidad, sin juzgar. No pretender que encajemos todos en el mismo molde. Nos acabamos identificando y definiendo con el hacer, olvidando el ser, y esto (triste) en personas con un alto grado de autoexigencia y sensibilidad como much@s superdotad@s y AACC, especialmente no identificad@s, puede resultar devastador.
Tod@s podemos ganar mucho si nos permitimos ser, desde el cariño y el respeto. Nadie nace sabiendo, pero llega un momento en que es nuestra responsabilidad aprender (dado el profundo desconocimiento en “genialidad”, también es interesante enseñar). Quizás este es un muy buen momento para ello.
Curiosa, intensa y divergente. Aspiro a que las personas vayamos aprendiendo a relacionarnos más desde el amor, la aceptación y el respeto propio y mutuo. Superdotada superviviente.